Día #8

Domigo temprano en Cusco. Petardos hacen explosión a cada momento a partir de las 6 de la mañana.
La fiesta de la virgen de Horocondo comienza temprano. Diviso montones de gente mientras me dirijo al terminal terrestre a averiguar por los pasajes a Puno.
De vuelta en la pensión ordenamos nuevamente las mochilas y nos unimos a la muchedumbre para ver el desfile de la policía, los militares, los funcionarios del poder judicial, los funcionarios bancarios, etc, etc.
Nos perdemos entre la multitud. Me meto a la catedral buscando a Silvia. El templo es hermoso, lleno de capillas para santos y vírgenes de todo tipo. Los decorados brillantes resaltan a la vista en todo su esplendor. Es gigante. La plata brilla en el altar.
Reencuentro con Silvia, sacamos fotos, grabamos videos. Hay danzas locales, disfrazados, monos, niños, chapitas de la virgen por una colaboración voluntaria, que sea sobre el sol, eso sí.
Almorzamos en una Pollería al costado de una plaza. Barato. Un octavo de pollo con papas y buffet de ensaladas. Sin jugo ni bebida.
Para bajar el almuerzo, un último recorrido por las ferias artesa de la ciudad. Ya nos comenzamos a despedir de Cusco.
El bus a Puno sale a las 15 horas. Es un bus sin baño y lleno de gente que no olía a Chanel nº 5, precisamente.
Para agravar la situación en este viaje de 7 horas, el auxiliar pone unas cumbias del sur de Perú que están de moda. Mezcla de Bailanta, Andino y electrónico con una voz chillona y picante.
Silvia casi está tirando la toalla.
Luego de 3 horas de tortura, nos aclimatamos al olor y la radio se apaga.
Comienza un espectáculo natural que nunca habíamos visto: una tormenta eléctrica sobre los cerros y en dirección del lago Titicaca.
Cientos de rayos iluminan el paisaje y hacen la noche día.
Con esta grata compañía llegamos a Puno cerca de las díez de la noche. Nuevamente Hostel, agua caliente y tv. Eso sí, reservamos tickets para pasear por las Islas Flotantes de Los Uros, frente a Puno.
Eso es mañana.

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