Día #6

5:00 AM. Después de una noche de mal dormir provocado por la ansiedad de lo que nos esperaba este día nos dirigimos a la estación de bus donde tendremos que tomar un bus que nos llevará hasta las ruinas en un viaje de media subiendo una montaña empinada a través de la vegetación selvática.
Todavía está oscuro pero se empieza a vislumbrar el amanecer. No nos sorprende la cantidad de gente que espera el bus al igual que nosotros con la esperanza de estar lo más temprano posible en las ruinas, ver el amanecer y poder ser uno de los 400 que suban el Wayna Picchu, el monte que se ve más alto en las postales. Yo voy casi sin esperanzas al ver la cantidad de gente que nos antecede (13 buses de 30 personas, más los que partieron a pie desde antes de las 4 AM).
La entrada a las ruinas es ordenada, pero siempre hay algunos que se pasan de listos, como los guías que hacen pasar a sus grupos «a la buena».
Por fin, el premio. Las ruinas asomaban entre la bruma y comenzaba a amanecer. Armados sólo con un mapa de la ciudadela nos dirigimos al final de inmediato, a la fila que esperaba para subir al Wayna Picchu en dos turnos de 200 personas cada uno. En la fila la mitad es de Argentina, así qeu el cho cho y más cho se repitió hasta el cansancio.
Después de una hora de espera empezaron a pasar los turistas que habían llegado primero con su ticket para subir en el segundo turno y nos decían que ya no quedaban más ticketes.
Seguimos esperando. Nos numeran. 182 y 183, listos para subir. A silvia le da un poco de miedo al ver la altura del monte y al constatar que la subida es a base de escalas al borde de un precipicio. Igual le tengo fe. Sé que llegaremos.
Comenzamos el ascenso y casi después de 2 horas estábamos en la base de las ruinas de la cima del Wayna. Justo en ese minuto las nubes bajo nosotros se comenzaron a disipar y lentamente la ciudadela apareció en todo su esplendor. Locura total. Lo impensado, considerando la gran nubosidad, sucedió.
Fotos por todas partes. Alegría en todas las caras cansadas.
La emoción fue grande en nosotros al contemplar desde tal altura la ciudadela.
Luego continuamos subiendo un tramo para llegar a la cima del monte. A partir de ahí, un descenso peligroso pero con las energias renovadas por el espectáculo.
Muertos en la base del monte, aún nos queda visitar la ciudadela. Comienza a caer una lluvia tibia que nos refresca después del esfuerzo. Comenzamos a pegarnos a los grupos con tour y guía para empezar a saber de qué se trata todo. Después de un rato ya caminabamos nuevamente libres sólo con nuestro mapa. A todo esto, este no era «nuestro» mapa. Nos lo prestaron unas chilenas (Carmen y Diana) con quien nos habíamos acompañado desde Cusco.
Al fin del recorrido, en la parte más alta de la ciudad tratando de conseguir la postal típica de las ruinas, la lluvia arreció y decidimos que ya era suficiente. Bien recorrido todo y bien disfrutado, tomamos nuevamente el bus para descender mojados y felices hasta Aguas Calientes.
Nuevamente subir por las calles, recuperar mochilas, conseguira hostal, regatear, no hay luz, dormir un poco, llegó la luz, lavar la ropa, salir a comprar una pizza y dos Cusqueñas y a descansar.

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